Todo empezó en un pequeño pueblo de
302 habitantes, bastante apartado, cuando una pareja de enamorados provocó el
desorden horario que pasó inadvertido por la gente.
Reloj al que todos miran |
“Le dije que le daría un beso cuando
lograra detener el tiempo” – cuenta la joven protagonista- “Subió al reloj de
la iglesia y giró la aguja atrasado una hora y me dijo que había ganado una
hora más solo para los dos, como ya era de noche y hacía frío no había nadie
por la calle que pudiese verlo. Yo sé que así no se detiene el tiempo, no soy
tonta, pero es que me pareció un gesto tan romántico, y ponía esos ojitos, que
me dio penica y dejé que me besara”.
Las palabras del joven han sido: “Si
yo no quería que pasara esto, si yo iba a ponerlo otra vez en su sitio, pero lo
que empezó como un beso siguió con algún magreo y acabamos en el pajar, ya me
entiende. Se hizo tarde y pensé en hacerlo al día siguiente, pero los días
pasaron y me olvidé del tema”.
Al hablar con el alcalde, el Sr.
Pronto, nos explica por qué la gente no se dio cuenta; nos dice que allí todos
se despiertan con el tintineo del campanario, y que la gente simplemente se
asoma al balcón a ver la hora. “Yo sí noté que mi reloj no iba bien, pero pensé
que era la pila y la cambié” nos comenta bastante afectado un vecino “quién iba
a pensar que iba mal el reloj que tantos años llevaba funcionando perfectamente”.
Fue una excursión de pensionistas la
que les descubrió el engaño horario en el que vivían, “ya sabe que nosotros nos
fijamos en todo” nos cuenta la señora que informó al alcalde “fíjese, la
juventud, si es que uno no se puede fiar ya ni de la hora en la que vive”.
No se sabe todavía qué castigo se le
pondrá al pobre joven, porque, al fin y al cabo, y como dice su abuela: “a
quién no le ha gastado una mala pasada el corazón?”
Desde el campanario, Heidi
Chachipiruli para La Retaguardia
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