Y es
que según parece fue la propia experiencia personal la que le llevó a buscar
con insistencia un somier que no despertara, a veces literalmente, la
curiosidad de los que le rodean. “Tengo que decir que he disfrutado mucho de mi
etapa universitaria, ya me entienden. Uno viene de fuera a la capital y se
encuentra un colegio mayor lleno de jóvenes como tú, deseosos de experimentar,
y unos “sistemas de descanso” de treinta años atrás, aderezados con unas
paredes de papel de fumar. La primera semana los de la habitación de al lado me
pusieron un cartel de “no molestar” en la puerta. Y en casa de mis padres era
peor, había veces que hacíamos una especie de trenecito. Empezábamos nosotros
y, por orden, seguía el resto de los pisos. Esto no podía seguir así”. El
propio inventor probó su invento una y otra vez hasta conseguir el somier
perfecto. “Fueron meses de sexo desenfrenado y variado. Altas, bajas,
rellenitas, delgadas, fogosas, tranquilotas… creo que perdí algún año de vida
en ello, llegué hasta a investigar el “síndrome de muerte por kiki”, pero ha
valido la pena”.
Efectivamente,
en pocos meses está a punto de recuperar la inversión, y eso que el producto es
un poco caro comparado con los de su género, “pero es que hay cosas que no se
pueden pagar”, se justifica su inventor. Su página web, www.nomasñikiñiki.com, es récord de
visitas en lo que va de mes, y está teniendo mucha acogida entre los jóvenes. “Acabamos
de comprarnos un estudio mi novio y yo, y la vecina es muy cotilla”, dice una joven
valenciana “ya he encargado uno”. Otro chico más joven también se muestra
interesado, “voy a intentar convencer a mis padres para que se compren uno.
Siempre será mejor que irse de casa”.
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